<<¿Acaso eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron. ¿Quién pretendes ser?
Insisten en la idea de la muerte inevitable. Los causantes de muerte (8,40.44) son incapaces de comprender una promesa de vida. Sospechan que Jesús se pone por encima de Abrahán, al que llaman de nuevo <<nuestro padre>> (cf. 8,39a), aun cuando Jesús les ha negado su condición de hijos (8,39b). La respuesta está construida como la de la samaritana: ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob? (4,12). Cada pueblo apela al antecesor ilustre, que le da su identidad. Pero así como la mujer recordaba a Jacob como dador de un pozo, éstos no se acuerdan de que Abrahán era el receptor de una promesa; sólo mencionan su muerte. Para ellos es ya sólo un pasado, no una esperanza. Abrahán no los lleva al Mesías, cumplimiento de la promesa.
También los profetas murieron, los que anunciaban la restauración, sobre cuyos escritos se había edificado la esperanza mesiánica. Ni por parte de Abrahán ni de los profetas esperan nada del futuro, todos han muerto. Para ellos sigue vivo únicamente Moisés, de quien se profesan discípulos (9,28); pero han deformado sus escritos, cercenando de ellos la esperanza que anunciaban (5,46) y utilizando la Ley para oprimir al hombre, contra lo que pretendió Moisés (7,19-24). Por eso él mismo los acusa (5,45).
Los dirigentes no se preguntan si Jesús será el Mesías, que, al menos en el judaísmo más reciente, se consideraba superior a Abrahán. Le preguntan de nuevo por su identidad (cf. 8,25), pero ahora con tono escéptico: ¿Quién pretendes ser? No llegan nunca a una conclusión propia (8,19.25), porque rehúsan examinar los hechos (cf. 7,31).
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