Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: <<Discípulo de ése lo serás tú, nosotros somos discípulos de Moisés>>.
La respuesta indica que la intervención del ciego ha tocado el nervio de su dilema, poniéndolos al descubierto. Están intentando rechazar la evidencia. Jn describe cómo las tinieblas no recibieron la luz y cómo se esfuerzan por apagarla en si mismos. Se refugian en su tradición para no aceptar la novedad. Se apoyan en el pasado, sobre el que han construido su sistema teológico, que Jesús tira abajo. Jn subraya la opción entre Moisés y Jesús, entre la Ley sin amor y el amor fiel (1,17). Ya había propuesto la cuestión en 3,31-36, concluyendo: Quien no hace caso al Hijo no sabrá lo que es vida: no, la reprobación de Dios queda sobre él.
Hacen de Moisés un absoluto. En vez de comprender que sus escritos anunciaban la realidad que trae Jesús (5,46), ven en ellos una Ley definitiva e inmutable y leen la realidad a través de ese código: lo que no cuadra con él no tiene validez. Con la Ley en la mano, ellos saben lo que Dios puede y no puede hacer. Pero el Dios creador no se manifiesta en la Ley, sino en la vida del hombre, liberándolo y salvándolo; no es codificable. Por eso, para creer, hay que leer las señales, las obras de Jesús, que son las del Padre (5,36; 9,4).
Dios pide adhesión a la vida que surge por obra de Jesús (inválido que se levanta, ciego que ve). Se plantea así una opción para el hombre: o leer directamente en la vida, donde se manifiesta la acción de Dios, dispuesto a aceptar lo nuevo e imprevisible, o, de lo contrario, empeñarse en leer la vida a través de una ideología rígida que la suplente; se ve así en trance de negar la realidad o de no reconocer en ella la acción de Dios.
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