jueves, 4 de agosto de 2022

Jn 7,49

 <<En cambio, esa plebe que no conoce la Ley está maldita>>.

Manifiestan su desprecio por la multitud ignorante. El pueblo no cuenta para ellos, ni su opinión tampoco. No conoce la Ley porque no la estudia; en consecuencia, no puede practicarla, y así, según ellos, tampoco agradar a Dios: están malditos. Los fariseos habían creado una religión de élite; sólo quienes estudian pueden estar a bien con Dios. Aplicaban con todo rigor las brutales maldiciones insertas en el Deuteronomio contra los que no observasen todos los preceptos de la Ley.

Como en 5,10, lo que cuenta para ellos es la observancia, prescindiendo del bien del hombre. Como custodios de la Ley, la consideran como la mediación necesaria y única. Por eso el acceso a Dios es imposible para la gente; han de ser ellos, los entendidos, quienes enseñen lo que él exige y requiere para asegurar su benevolencia. Así tienen en su mano el poder religioso y el dominio sobre la masa, que carece de opinión personal.

Jn, en este pasaje, está retratando a los fariseos, y subrayando su contraste con Jesús. Este ha curado y liberado al inválido/pueblo, ha alimentado a la gente de Galilea, mostrándoles un Dios con rostro humano, al que ellos pueden conocer, pues responde al deseo de vida del hombre. Ha invitado a todos sin distinción a acercarse para recibir el Espíritu, sin más condición que reconocer la necesidad y dar adhesión a su persona. Dios no impone leyes, pide sólo amor fiel, para lo que él da la fuerza (el Espíritu). Los fariseos han cavado un abismo entre ellos y el pueblo. Mientras Jesús se hizo servidor de la multitud (6,11), ellos se han colocado por encima de ella y afirman con arrogancia su superioridad.

Ellos se sienten seguros en la Ley, que es su dominio y su sabiduría. Confunden el conocimiento de la Ley con el conocimiento de Dios, que se manifiesta a través de su obra con el hombre. Para ellos, los que están fuera de su ámbito están desviados, y su sistema dogmático los excomulga. Son ellos, sin embargo, los que han sido extraviados por la Ley. La única desviación que conoce Jesús consiste en separarse del hombre y de su bien, separándose así de Dios, el Padre, primer valedor del hombre; equivale a situarse en el campo de la muerte y hacerse agentes de ella.

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