Los interpeló Nicodemo, el que había ido a verlo al principio, y que era uno de ellos: <<¿Es que nuestra Ley condena al hombre sin antes escucharlo y averiguar lo que hace?>>.
Nicodemo, miembro del gran Consejo y fariseo, vuelve a aparecer aquí entre los de este grupo. Conocía personalmente a Jesús; ahora muestra su preocupación por la justicia y reprocha a sus correligionarios hacer caso omiso de las prescripciones de su misma Ley (Dt 1,16-17; cf. Jn 7,19). Su protesta en este pasaje ilumina lo sucedido en el capítulo 3 y su falta de acuerdo con Jesús. Este no hace suya la Ley (7,19.23; cf. 8,17; 10,34; 15,25), mientras Nicodemo la considera cosa propia; nuestra Ley (cf. 19,7). Este hombre, sin embargo, aun perteneciendo a la clase dirigente, era sensible a la injusticia; por eso fue a ver a Jesús, a quien consideraba un reformador, un maestro al servicio de la Ley (3,2). Ahora protesta de que se intente condenar a Jesús sin haberlo escuchado ni haber examinado su actividad. Nicodemo sigue el principio de Jesús: son las obras, no los prejuicios, las que han de decidir en pro o en contra de la persona (5,36); pero su criterio para juzgar es la Ley, no el bien del hombre (cf. 7,24).
Piensa que la Ley puede usarse como instrumento de justicia. No se da cuenta de que, en manos de los dirigentes, es sólo un medio de dominio y de venganza. En nombre de esa Ley será crucificado Jesús (19,7). Su protesta ineficaz contra esta última injusticia consistirá en dar sepultura a su cuerpo (19,39ss).
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