sábado, 6 de agosto de 2022

Jn 8,12a

 Jesús les habló de nuevo: <<Yo soy la luz del mundo>>.

Jesús reanuda su enseñanza con una afirmación solemne que alude también a las ceremonias de la fiesta.

Desde el primer día de las festividades se encendían grandes candelabros de oro en el patio de las mujeres, por donde pasaba la procesión del agua. Cada candelabro sostenía cuatro cuencos de oro con aceite, en el que ardían mechas fabricadas con hilos sacados de ornamentos sacerdotales. Había que alcanzar los cuencos con escaleras. La luz de los candelabros se veía en toda la ciudad.

Se refería el rito a Zac 14,6, donde, hablando de <<el día del Señor>>, se afirma: <<Aquel día no se dividirá en lumbre frío y hielo; será un día único, elegido por el Señor, sin distinción de noche y día, porque al atardecer seguirá habiendo luz>>. La luz de la fiesta tenía, por tanto, sentido mesiánico. El significado simbólico de la luz: felicidad, alegría, salvación, liberación, se aplicaba a la obra del Mesías, hasta el punto de designarse a éste con el nombre de <<Luz>>. La expresión <<la luz del mundo>> se aplicaba también a la Ley, a Jerusalén y al templo.

En este ambiente cargado de simbolismo pronuncia Jesús su declaración: Yo soy la luz del mundo. Se proclama Mesías y Ley (Luz = verdad y norma) como en sus dichos anteriores. La expresión, que, en ambiente judío, designaba de algún modo a Israel como luz de la humanidad (Ley, Mesías nacional, templo), tiene en Jn un ámbito y significado universal (1,4: La vida era la luz del hombre; 1,9: Era esta luz la verdadera, la que ilumina a todo hombre, llegando al mundo). La misión de Jesús no se circunscribe al pueblo judío; al contrario, su presupuesto es la universalidad (cf. 4,42); desde ella habrá que explicar cuál es su relación con este pueblo (19,25-27).

Al proclamarse Jesús la luz del mundo, asocia al texto de Zacarías antes citado dos textos de Isaías, referentes ambos al Siervo del Señor. El primero es: <<Yo, el Señor, te he llamado para la justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones, para que abras los ojos a los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra de los que habitan en tinieblas>> (Is 42,6s). El segundo suena así: <<Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra ... para decir a los cautivos: ´Salid´; a los que están en tinieblas: ´Venid a la luz´>> (Is 49,6.9).

Ambos textos proféticos expresan la misión del Siervo como la realización de un nuevo éxodo, que libera de la opresión. La invitación de Jesús es una llamada a emprenderlo.

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