Él continuó: <<Vosotros pertenecéis a los de aquí abajo, yo pertenezco a lo de arriba; vosotros pertenecéis a este orden, yo no pertenezco al orden este>>.
El comentario que acaban de hacer revela en qué plano se mueven. Jesús les explica ahora en qué consiste su pecado, el que va a destruirlos, y dónde está a diferencia radical entre ellos y él.
Ellos pertenecen a lo de abajo, Jesús a lo de arriba, es decir, a la esfera de Dios, que es la del Espíritu (1,32: desde el cielo). Ellos, por tanto, están fuera de la esfera del Espíritu, son <<carne>> (3,6; 8,15). Para estar donde está Jesús (7,34b Lect.) tendrían que nacer de arriba (3,3). La esfera de abajo es la de la muerte; la de arriba, la de la vida. De ahí la opción de cada uno: ellos se adhieren al sistema de muerte (este orden); Jesús, por el contrario, no pertenece a él.
En las palabras de Jesús se distinguen, por tanto, dos aspectos del pecado: uno <<objetivo>> y otro <<subjetivo>>.
El primero está en relación con la existencia de dos esferas contrapuestas: <<la de arriba>>, que es la de Dios, la del Espíritu, y <<la de abajo>>, caracterizada por la ausencia de Dios. Esta oposición (abajo-arriba) en términos espaciales, inspirada en la de tierra-cielo, equivale a las que se hacen en términos cualitativos entre espíritu-carne, luz-tiniebla, vida-muerte. Los miembros negativos (carne, tiniebla, muerte), que se encuadran en la esfera de abajo, se refieren, desde diversos aspectos, a la realidad objetiva de <<el pecado>>. Este cristaliza en <<el mundo>>, que en esta acepción peyorativa denota una sociedad humana organizada por un dinamismo de muerte y de mentira (8,44 Lect.).
El segundo aspecto del pecado está en relación con la libertad de opción del hombre (pertenecer). Ante <<el mundo>> el hombre puede optar integrándose en él o bien saliendo de él por la adhesión a Jesús. No existe en Jn opción intermedia, como no la hay entre estar en favor del hombre o en contra de él. La opción por <<el mundo>> constituye el pecado subjetivo; es, al mismo tiempo, la propia sentencia (3,19).
Como Jn insinuaba ya en el prólogo (1,10), el pecado es la oposición al proyecto creador de Dios. Equivale, por tanto, a disminuir o suprimir la vida, procurando la muerte en sí mismo y en los demás. Jesús denuncia aquí este pecado subjetivo en relación con el pecado objetivo, el sistema de muerte. Se identifica con la pertenencia a un orden injusto, ejerciendo o apoyando la opresión que somete al hombre y lo priva de la vida. Corresponde a la infracción de la única norma de moralidad que admite Jesús: el bien del hombre, la realización en él del designio creador.
El pecado, para los dirigentes judíos, se concreta en la complicidad con la injusticia institucional. Ahora, ante la llegada de Jesús que ofrece en toda su plenitud la alternativa de la vida, su pecado se manifiesta y se agrava (15,22). Al rechazar a Jesús, renuevan de manera consciente y refleja su adhesión al sistema de muerte. Para estar con Jesús hay que salir del orden injusto (lo de abajo) y entrar en la esfera del Espíritu (lo de arriba).
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