lunes, 8 de agosto de 2022

Jn 8,31-32

 Dijo entonces Jesús a los judíos del régimen que habían llegado a darle crédito: <<Vosotros, para ser de verdad mis discípulos, tenéis que ateneros a ese mensaje mío; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres>>.

Entre <<los judíos>> que han escuchado a Jesús, algunos han aceptado su mensaje. A Jesús, sin embargo, no le bastan adhesiones de principio; su aceptación tiene que traducirse en la práctica. No necesita admiradores, sino seguidores (8,12), hombres que den el paso y realicen lo que él propone. Él no pertenece al orden injusto (8,23), la tiniebla (8,22), y quien se fía de sus palabras ha de romper con ella. Para ser de verdad su discípulo hay que atenerse a su mensaje.

El mensaje de Jesús es su manera de obrar, como aparece por el paralelo entre los diversos motivos que impelen a sus adversarios a darle muerte: la obra de Jesús (7,21), su mensaje (8,31.37) y la verdad aprendida de Dios (8,40), que corresponde al mensaje de Dios (8,55). La verdad que Jesús aprende de Dios, su Padre, es un modo de obrar (5,19s), y ése es el mensaje que transmite. Obra, mensaje y verdad aprendida de Dios se identifican. Todos se refieren a la realización del designio divino (4,34; 5,30 Lect.).

Por eso no basta dar al mensaje una adhesión intelectual, como a una verdad abstracta. Quien lo acepta teóricamente, pero no pasa a la práctica del amor al hombre, que comporta la ruptura con la situación de injusticia (8,23), no es verdadero discípulo y en realidad no conoce el mensaje de Jesús.

La práctica lleva al conocimiento de la verdad. Quien decide dedicar su vida al bien del hombre recibe, a través de Jesús, el don del Espíritu, que es el amor del Padre. La acción del Espíritu se experimenta como actividad de Dios mismo, en la que el hombre percibe a Dios como Padre y a sí mismo como hijo. Esta relación descubre la verdad sobre Dios y sobre el hombre, la que hace libres. Es la libertad del hijo, en contraste con la sumisión del esclavo.

La libertad que posee y comunica Jesús sobrepasa la mera posibilidad de opción. Sitúa al hombre en su verdadero rango: partícipe de la libertad del Padre; es como él señor de su mundo y de su vida.

Así como el Padre expresa su libertad en el don de sí mismo, también él se hace capaz de expresarse en el don de sí. De esta manera queda libre del miedo a perder la vida (12,25 Lect.), causa de toda esclavitud.

Para los judíos, la verdad era la Ley, y el estudio de la Ley hacía al hombre libre. Para Jesús, la verdad es la vida que él comunica, la nueva condición de hijo que su Espíritu crea en el hombre, en cuanto experiencia consciente y formulada (1,4: la vida era la luz del hombre). Sólo cuando sus oyentes se decidan a dar el paso recibirán la nueva vida (3,3: nacer de nuevo/de arriba) y conocerán la verdad. Esta experiencia relativizará todo lo que antes parecía absoluto. Se darán cuenta entonces de la opresión en que habían vivido bajo la Ley, y serán libres como lo es Jesús.

Jesús pide, pues, una decisión, sin la cual no hay conocimiento verdadero. No es posible para ellos la libertad mientras sigan integrados en un orden injusto que les impide la experiencia del amor de Dios a través del amor al hombre.

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