jueves, 4 de agosto de 2022

Jn 7,39

 Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que le dieran su adhesión (aún no había espíritu, porque la gloria de Jesús aún no se había manifestado)

La invitación central de Jesús será realidad en el momento de la manifestación de su gloria.

Jesús en la cruz será el nuevo templo, de donde corre el agua del Espíritu (19,34). A él los dirigentes judíos no pueden acercarse (7,34: donde yo estoy, vosotros no sois capaces de venir). Pueden ir en procesión al antiguo, como lo hacen en la fiesta, pero no hasta Jesús, porque en este templo nuevo no se celebra ya el culto ceremonial, sino el culto con espíritu y verdad, es decir, el amor leal al hombre, a imitación del Padre (4,24).

Invitando a beber, Jesús promete calmar la sed del hombre. La condición es sentirla: el satisfecho, el instalado no se acerca a él porque no siente la sed. Resuena en su invitación el texto de Is 55,1: <<Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero>>. En el templo, convertido en un mercado, eran objeto de compraventa los dones de Dios (2,16 Lect.). Jesús ofrece el verdadero don de Dios, el Espíritu, sin más condición que esta sed que no sólo implica la necesidad de agua, sino que, por lo mismo, denota la carencia. <<Sentir la sed>> significa darse cuenta de que la antigua institución no ofrecía el agua del Espíritu, como ya apareció en el episodio de la Samaritana, con referencia a la Ley (4,13-14a Lect.), y no podía, por tanto, responder a la necesidad del hombre. Es la misma carencia expresada en Caná bajo la imagen de la falta de vino (2,3 Lect.).

<<Acercarse>> (7,37b) equivale a darle adhesión a él, en cuya persona quedan sustituidas todas las antiguas instituciones y realizadas las promesas. La fe en Jesús implica, por tanto, la ruptura y realizadas las promesas. La fe en Jesús implica, por tanto, la ruptura con el antiguo templo (5,13s Lects.) y con la  antigua Ley (5,23 Lect.). La fe es un encuentro con Jesús como dador del agua-Espíritu. El creyente es el que acepta el amor de Jesús manifestado en la cruz y se asimila a él (beber). De su costado brotará la sangre, símbolo de su amor por el mundo, que lo lleva hasta dar la vida, y el agua, símbolo del Espíritu, el don de amor que él comunica a los hombres (1,16), dándoles la vida y la capacidad de amar como él amó (13,34).

Existe en este versículo una doble mención del Espíritu. La primera, con artículo, se refiere al que habita en Jesús (1,32), que es la gloria, el amor leal del Padre (1,14); la segunda, sin artículo, designa al espíritu recibido por el hombre y a ése mismo en cuanto, al recibirlo, se convierte en <<espíritu>>. Corresponden las dos menciones a las de 3,6: del Espíritu nace espíritu. El hombre-espíritu, que no existía, llegó a existir a través de Jesús: el amor y la lealtad (en el hombre) han existido por medio de Jesús Mesías (1,17). Si el Espíritu es el amor de Jesús, el <<espíritu>> que se recibe de él y constituye al hombre nuevo es el amor que responde a su amor (1,16). Por eso puede afirmar Jn que aún no había espíritu, es decir, hombre acabado; la creación del hombre no será terminada por el Espíritu hasta que éste no brote del costado de Jesús en la cruz (19,34; 20,22 Lect.).

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