lunes, 8 de agosto de 2022

Jn 8,34

 Les replicó Jesús: <<Pues sí, os aseguro que todo el que practica el pecado es esclavo>>.

Jesús contesta categóricamente. El pecado, ya mencionado anteriormente (8,21), es la injusticia que impide la vida del hombre, la obra y el designio de Dios creador (5,16.21.24; 6,40). Para los adictos al régimen judío, se identificaba con la pertenencia a aquel orden represivo y opresor (5,10; 7,1.13; 8,23; etc.).

Asumir los principios de ese orden injusto, inspirando en ellos la propia actividad y fundando la propia visión del hombre y del mundo, impide la experiencia del amor; es más, hace connatural el proceder injusto que lleva a la muerte (8,21). Semejante concepción del hombre y del mundo, atribuida a la voluntad de Dios, convierte a éste en el tirano que somete al hombre y lo hace esclavo suyo.

La adhesión a Jesús y el don del Espíritu, dinamismo del amor creador, rescatan al hombre de la condición de esclavo al darle, a través de la actividad de ese amor, la experiencia de Dios como Padre.

Quien no tiene experiencia del amor de Dios a través de su amor a los demás no puede concebirlo como Padre, sino como Soberano, y él mismo queda reducido a la condición de esclavo. En lugar de la relación inmediata y familiar propia del hijo, existirá una relación distante y mediata a través de instituciones y personas que encarnan la soberanía de Dios y expresan su dominio sobre el hombre. La Ley se convierte así en un medio de someterlo: el hombre se subordina a ella, como expresión de la voluntad de Dios Soberano, en vez de estar ella al servicio del hombre. Cuando éste es hijo, encuentra la voluntad de Dios expresada en el Hijo, Jesús, y en la propia experiencia de hijo.

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