<<Ahora bien, el esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre>>.
Después de la mención de Abrahán, la alusión es clara a sus dos hijos: Ismael, nacido de la esclava, e Isaac, de la mujer libre (Gn 21,9s; Gál 4,30). Ser del linaje de Abrahán no asegura la calidad de hombre libre. Es más, el hijo-esclavo de Abrahán fue expulsado de la casa para que no pudiese heredar con el hijo libre.
El hijo libre es el que nace de la promesa de Dios, de su palabra fiel. Por eso, ser hijo libre de Abrahán es ser hijo de Dios, nacer de él. La libertad nace del origen divino. En ese sentido, sólo Jesús es libre, porque sólo él es el Hijo de Dios.
El versículo presenta dos planes de significación: el primero lo refiere a Abrahán y a sus dos hijos: Isaac, el libre, e Ismael, el esclavo; el segundo lo refiere, en primer lugar, en paralelo con Abrahán, a Dios; en segundo lugar, en paralelo con Isaac, a Jesús, el que procede de Dios, y por último, en paralelo con Ismael, a los que son esclavos por no haber nacido de Dios, es decir, a los que pertenecen al <<mundo>>. El punto de contacto entre los dos planos se encuentra en el origen y misión de Isaac y Jesús: Isaac nace por obra de la palabra/promesa de Dios, que a través de él miraba a la creación de un pueblo (Gn 12,3; 17,4.19). Jesús es la formulación en la <<carne>> de la palabra creadora que cumple finalmente la promesa hecha (1,14). En el plano de Jesús y sus adversarios, la oposición libre/esclavo es la misma que existe entre Espíritu/carne (3,6; 6,63). Se puede ser descendiente de Abrahán y, por ser esclavo, no tener derecho a la herencia ni a permanecer en su casa. Ser hijo y heredero significa tener parte en la promesa, que había de cumplirse en el Mesías, gozar de los bienes mesiánicos. Ahora bien, quien practica el pecado se rebaja él mismo a la condición de esclavo y deja de ser hijo y heredero.
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