<<Por tanto, si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres>>.
El hijo vive en la casa por su propio derecho y puede disponer de lo que hay en ella (3,35). Sólo él, que es dueño, puede dar la libertad a un esclavo, hacerlo pasar a la condición de hijo y partícipe de la herencia. Sólo Jesús, el Hijo libre, el único heredero, puede dar la libertad, dando el Espíritu.
Jesús, como Hijo de Dios, se mueve en la libertad que esta condición le confiere. A la luz de su relación inmediata con el Padre, todo queda relativizado: la Ley (5,16.23 Lect.), Moisés (5,46; 7,19), Abrahán (8,56.58), las instituciones (7,37b-39 Lect.). Nada se interpone entre él y su Padre. Es su conciencia de Hijo la que le da libertad frente a las autoridades a las que desenmascara ante el pueblo (7,19) y la que lo hace libre ante la muerte (10,17s).
Desde esta experiencia suya, Jesús invita a dejarse liberar, a recibir la condición de hijos, para vivir con el Padre en una relación semejante a la suya. Dios no será ya el Soberano que hace sentir al hombre su inferioridad y lo somete, sino el Padre que le comunica su vida y lo hace libre.
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