Les replicó Jesús: <<Si Dios fuera vuestro padre, me querríais a mí, porque yo estoy aquí procedente de Dios; y tampoco he venido por decisión propia, fue él quien me envió>>.
Jesús los rebate siempre con el mismo argumento: ser hijo de alguien significa parecerse a él, comportarse como él. La única prueba de ser hijos es la semejanza con el propio padre. Si su conducta la aprendiesen de Dios, necesariamente querrían a Jesús, que viene de parte de Dios; en cambio, quieren matarlo, como expresión de su odio (7,7; 8,37.40). No tienen los mismos sentimientos ni el mismo modo de actuar de Dios, luego no son hijos de Dios.
Sigue, por tanto, en pie la acusación de idolatría. Por eso no reconocen al enviado de Dios ni aceptan la verdad que les propone en su nombre (8,40). Sólo se entiende a Jesús si se está dispuesto a realizar el designio de Dios (7,17), pero ellos no quieren a Jesús y detestan su actividad, que es la verdadera expresión de ese designio. El que inspira la actividad de los dirigentes no es, por tanto, el Padre que da vida, sino otro dios.
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